El Senado de los Estados Unidos decidió en febrero por mayoría no ampliar el número de testigos en el proceso – el senador Mitt Romney fue el único republicano que votó en distinto sentido junto a los demócratas -, y así no prolongarlo. Con los testimonios y argumentos presentados hasta entonces, el impeachment contra el presidente Trump fue rechazado por el Congreso en la Cámara Alta, después de que la Cámara de Representantes, con mayoría demócrata, lo hubiera iniciado. La democracia más poderosa del mundo puso en valor la capacidad de las instituciones norteamericanas para controlar los excesos del poder y equilibrar sus anhelos y maquinaciones. Pero el objetivo político – mediático de debilitar la imagen de Trump durante algunas semanas o meses coincidiendo con las elecciones primarias, fracasó. Lo que está ahora por ver es si las cenizas del proceso a partir de ahora dejan quemado al presidente o intoxican más a los aspirantes a desbancarlo.
Aparentemente Donald Trump se mostró vencedor en una vendetta que según él ha puesto sobre la mesa las argucias de los débiles liberales que no soportan el éxito de su economía, ni su audacia política. En el discurso sobre el estado de la Unión – de la desunión debería haberse llamado – sacó incluso de sus casillas a la presidenta Pelosi, mujer, y hasta ahora su máxima oponente en las filas demócratas. Pero esta apariencia de victoria puede volverse en contra del republicano cuando avance la campaña si la artillería mediática que no ha podido utilizarse en este momento se rearma en los meses de verano y otoño. En ese caso, si aparecieran documentos o declaraciones que agrandaran la herida del Ucrania affair, el perjudicado entonces sería tanto el presidente – candidato, como el partido que impidió su destitución o, al menos, un juicio pleno en el Senado. Teniendo en cuenta, además, que el día que se elige al presidente en noviembre, se elige también a una tercera parte de los senadores.
También es pronto para saber de qué manera ha afectado el impeachment al candidato demócrata Joe Biden, padre del implicado en las tribulaciones de Trump y su equipo – exequipo – de exteriores en Ucrania. Pero todo hace pensar que su pensión de jubilación no será objeto ya de mayores o postreras investigaciones. La emergencia de otros candidatos centristas como Buttigieg o Bloomberg en la carrera de las primarias, y su fino aroma a establishment le han cerrado la puerta a la Casa Blanca que nunca en realidad se abrió, como la de tantos otros vicepresidentes anteriores.
La amenaza de un impeachment forzó la dimisión de Richard Nixon, y embadurnó su memoria para la posteridad. Pocos líderes han asumido un papel tan relevante en un país democrático como Dicky tricky en el de malo de la película en la política americana. Su vicepresidente Gerald Ford, recogió los frutos de un clima de opinión crítico y mordaz contra la Casa Blanca en aquellos años y fue a su vez categorizado como incompetente, ineficiente e incapaz, con peores palabras. Cuánta de aquella basura fue vertida desde el Watergate o desde el impeachment es difícil de valorar. Aunque parece poco cuestionable que la opinión pública y la prensa liberal estaban dispuestas entonces a seguir hurgando en la llaga del Partido Republicano hasta desmantelarlo electoralmente. Jimmy Carter ganó en 1976 y no supo aprovechar la depresión republicana. En cuatro años se perdió entre la crisis económica, el secuestro de americanos en Teherán y los derechos humanos como arma para frenar a la URSS. Arma que ahora abandera el casi socialista Bernie Sanders sin saber muy bien por qué, ni exactamente para qué, ni como utilizarlos.
Peor aún podría decirse que fueron las consecuencias del impeachment para el vicepresidente de Clinton, Al Gore. Después de trabajar incansablemente durante siete años codo con codo, la pareja política demócrata se deshizo en poco más de uno cuando el caso Lewinsky amordazó y consumió una presidencia que hubiera resultado al menos notable. Para después liquidar las posibilidades del todopoderoso Gore, príncipe de las autopistas de la información en la década prodigiosa de los 90, y luego rey de la lucha contra el cambio climático, después de perder por unos miles de votos la elección más reñida y discutida de la historia reciente con el hijo de George Bush, en Florida.
La sombra del ciprés del impeachment es alargada. Hillary Clinton tuvo que oír el sonido de sus hojas revolotear en la última campaña de 2016 cuando Donald Trump se puso en frente de la única mujer que se ha enfrentado a él en unas elecciones presidenciales. Y que así lo seguirá siendo para la historia. Si no lo remedia la memoria de la centrista Amy Klobuchar y recuerda el nombre del presidente de México que olvidó en una entrevista en televisión programada para que los americanos conozcan el nivel de competencia de los candidatos. Y si no lo remedia, la descendente Elizabeth Warren, asumiendo que el progresismo ultra post moderno y constructivista, en Estados Unidos, no conduce a ningún otro lugar que al batacazo electoral y la decadencia económica.