El 82% del electorado acudió a votar el miércoles en las elecciones holandesas y dijo mayoritariamente no a las propuestas anti europeístas de Geert Wilders. Aunque el resultado ha sido incierto porque el Primer Ministro liberal, Mark Rutte, obtuvo sólo 33 escaños, y los socialdemócratas bajaron hasta la cota de los 10 representantes, en un parlamento de 150 diputados, lo seguro es que el escenario de una victoria de la extrema derecha hubiera significado un nuevo golpe para el orden comunitario e internacional. El referéndum del Brexit y la victoria de Trump tras sus críticas a la globalización y a la Unión Europea, habían colocado a Holanda en la posición de ser la siguiente pieza del dominó, que terminaría de derrumbarse en Francia, con el triunfo de Marine Le Pen en la primera vuelta de las elecciones presidenciales.
Pero de tanto hablar del “populismo” quizá convendría recordar que el verdadero problema del agitado panorama político europeo y occidental no es tanto el populismo, como el peligro de las ideologías radicales y transformadoras de la sociedad que se esconden detrás de él. El verdadero peligro de los populismos es que se trata de ideologías sin fundamentos claros, que utilizan mensajes críticos basados en la obviedad, dirigidos a las masas y que por tanto, son capaces de aglutinar el descontento de las clases medias y populares y de crear un campo de cultivo preparado para la ruptura social. Para la demolición del sistema. Para la identificación del supuesto enemigo común con una minoría débil o con una minoría opresora.
Es un error grave identificar el populismo, ideológicamente débil, con la extendida y recurrente intención de grupos de extrema derecha y partidos ultranacionalistas por reconstruir una Europa de grandes y pequeñas naciones a partir del desmantelamiento de los fundamentos de la Europa comunitaria: la solidaridad, la libertad y los valores supranacionales. Igualmente grave es considerar como superficial al populismo, cuando debajo de alguno de sus mantos regeneracionista se esconde la doctrina neo comunista, basada en una trasnochada disertación filosófica, mitificada como una creencia laica, que señala al capital como el origen histórico de cualquier malformación social. Y que niega el progreso democrático liberal al cual considera como un expolio de los ricos sobre los pobres y ahora también sobre la clases medias.
El populismo ha salido derrotado en Holanda y va a terminar derrotado en Estados Unidos. Porque la democracia prepara a la sociedad para debatir y asimilar ideas políticas y para elegir entre las mejores. Y porque los cambios como los que ha propuesto Trump en Estados Unidos, están limitados por las instituciones democráticas americanas y serán observados por aquellas. Hoy es un buen día para recordar que, aunque culturalmente el principal enemigo de los valores occidentales es el nihilismo, el principal enemigo político de la democracia siguen siendo las ideologías radicales que no toleran la libertad y la diversidad.
José Mª Peredo, director de El Observatorio de las Relaciones Internacionales