El pasado 19 de enero, tuvo lugar en Berlín una ‘cumbre’ convocada por la Canciller alemana para tratar la guerra en Libia. La Sra. Merkel comprendió los riesgos que para la zona europea crea la situación en el país norteafricano.
La Historia ha puesto de manifiesto que el Mediterráneo es un mar peculiar, cuyo control es ejercido por quien domina el litoral. Es un mar para las potencias terrestres, lo que importa es el control sobre la costa y especialmente los estrechos. El Mediterráneo no es el Atlántico ni el Pacífico, donde puede ejercerse el dominio del mar. Quien controla el Mediterráneo tiene una enorme influencia sobre Europa y, en particular, sobre España.
Característica propia del Mediterráneo es su naturaleza de buffer de seguridad para el Sur de Europa. La antigua Roma descubrió rápidamente que su seguridad no se podía fiar al Sur de Italia o incluso a Sicilia, que debía establecerse en las costas del Norte de África, lo que llevaría a dos guerras púnicas (tres, si se incluye la destrucción de Cartago). La situación no ha cambiado. Europa no estará segura si el Mediterráneo actúa como paso de “invasores”. La inestabilidad del Medio Oriente y el Norte de África en la última década ha demostrado que la seguridad europea no reside en las costas europeas sino en las riberas del Sur y de Levante.
La evolución de la crisis permanente en la zona del Medio Oriente y Norte de África (MENA) y el impacto del descubrimiento y la explotación de recursos naturales gasísticos en el Mediterráneo Oriental, han tenido como consecuencia un cambio geopolítico en la cuenca mediterránea. El rasgo fundamental de la situación es los movimientos expansionistas de Rusia y Turquía, junto con la tibia reacción de la UE. Libia es el foco donde se materializa con más crudeza el conflicto, sin olvidar su conexión con las tensiones en el Mediterráneo Oriental debido a la explotación de los yacimientos de hidrocarburos, donde un actor principal es Turquía.
Libia sigue profundamente fracturada desde la intervención de una Coalición de impulso franco-británico en 2011 que respaldó a los militantes que luchaban para derrocar al líder Muammar Gaddafi. El levantamiento tuvo éxito y le costó la vida al hombre fuerte, pero dejó al país dividido entre varios grupos armados con diferentes agendas criminales e ideológicas. El Mariscal Haftar se ha hecho un sitio combatiendo contra las facciones islamistas y tiene estrechos lazos con gobiernos importantes, a pesar de oponerse al gobierno respaldado por la ONU.
En la actual situación y con respecto a Rusia pueden relacionarse tres motivos para su actuación en el Mare Nostrum:
- La necesidad de habilitar puntos de acceso al Mediterráneo, al no disponer de litoral abierto. El impulso para tener acceso a los «puertos de aguas cálidas» ha sido, y es una constante en la política exterior rusa.
- Impedir el cierre del Mar Negro.
- Como una baza estratégica que le permita ser un ‘jugador’ mucho más influyente en Europa.
La injerencia de Rusia en Libia comenzó en 2014 y se asentó en los años siguientes. La participación de Moscú fue mediante contratistas privados que proporcionaron asesoramiento, adiestramiento, mantenimiento de armas/equipos, desminado, así como capacitación para el empleo de sistemas de mando y control. La actuación rusa en Libia ha seguido la pauta formal del mantenimiento del contacto con todas las facciones en conflicto. Sin embargo, desde agosto/septiembre de este año, han surgido informes y pruebas de que los mercenarios rusos participaron en operaciones militares reales en apoyo de la ofensiva del Ejército Nacional Libio (NLA), dirigido por Khalifa Haftar, para capturar la capital, Trípoli, en manos de las fuerzas del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA).
A diferencia de lo ocurrido en Siria, pero a semejanza de lo que ocurre en el Donbas, Rusia sigue negando cualquier participación directa en el conflicto libio, manteniendo que no tiene tropas sobre el terreno, pero sin negar o confirmar la presencia de contratistas. En Siria, Moscú reconoció diplomáticamente al régimen de Assad, facilitando el despliegue de fuerzas rusas y la construcción de bases en Siria. Hasta ahora en Libia, Rusia prefiere confiar en los contratistas en vez de unidades militares. Además, no está claro si Rusia está dispuesta a comprometer más apoyo para ayudar a Haftar en su lucha por el poder. Hasta ahora, el compromiso de Rusia en Libia puede considerarse como discreto, posicionándose para ejercer influencia en una futura negociación.
Por su parte, la participación de Turquía en Libia es parte de su Gran Estrategia para expandir su influencia y dominio más allá de sus fronteras, no sólo en Siria y Libia, sino también en otras partes del Imperio Otomano. Además, el presidente Erdoğan está tratando de utilizar el conflicto en Libia para su beneficio. La firma del Memorándum de Guerra con Trípoli es una clara señal de que Erdoğan aprovecha la debilidad y desesperación del GNA, frente a la ofensiva del LNA que goza de amplio apoyo extranjero. Erdoğan está tratando de convertir a Libia, junto con sus enemigos en el Mediterráneo Oriental, en un nuevo vector contra Europa. El acuerdo de Trípoli y Ankara para unir las Zonas Económicas Exclusivas (EEZ) de Libia y Turquía, en abierto desprecio de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho de Mar, añade un elemento de fricción en el Mediterráneo.
Aunque han surgido informes de que los contactos entre Erdoğan y Putin sobre Libia han sido poco productivos, los dos tienen interés en colaborar como lo hicieron en Siria. El acercamiento ruso de hoy con Turquía puede ser frágil y temporal, pero ha mitigado el riesgo para Moscú de que el Mar Negro sea un lago salado. La presencia militar rusa en las costas sirias (base naval de Tartus) significa que puede ejercer influencia en gran parte del Mediterráneo Oriental, pero ello depende en gran medida de mantener la comunicación con Rusia a través del Bósforo.
Ambos líderes muestran animosidad hacia Europa y Occidente y creen que, mediante la asociación estratégica en Siria, Libia y otros lugares, se puede formar un bloque que contrarrestaría la influencia occidental en la región. Tanto Erdoğan como Putin han demostrado pragmatismo en Siria ya que, a pesar de estar en bandos opuestos del conflicto, han logrado resolver sus diferencias y establecido una relación de cooperación que asegura los intereses de ambas partes a expensas de influencia occidental en la región. La diferencia entre Erdoğan y Putin en Libia, es que Erdoğan es mucho más contundente y agresivo en su enfoque. Putin sigue negando la participación rusa en el conflicto libio.
Turquía ha estado involucrada en el actual frente de Trípoli desde mayo de 2019 mediante ayuda material a las fuerzas del GNA que incluyó misiles, drones y vehículos blindados. Además, Turquía ha participado activamente en Libia desde 2011 apoyando a las facciones islamistas. En su día, fue acusada de trasladar combatientes libios a Siria a través de Turquía para luchar contra el régimen de Assad.
Haftar tiene la ventaja militar por el apoyo que recibe de Egipto, EAU, Jordania, Rusia y, en menor medida, Francia. Sin embargo, si Turquía decide desplegar fuerzas para apoyar al GNA y aumentar su apoyo material, el movimiento tendría un gran impacto sobre el terreno. Esta es una de las razones por las que, en los últimos días, Haftar anunció una nueva gran ofensiva para capturar Trípoli. Le preocupa que los turcos cumplan sus amenazas de desplegar fuerzas en Libia y la única manera de evitar que eso suceda es capturando Trípoli.
Haftar anunció su ofensiva para capturar Trípoli con la esperanza de aprovechar las reacciones negativas a la firma, a finales de noviembre de 2019 del Memorándum libio-turco sobre Zonas Económicas Exclusivas (ESZ), con la condena de varios países regionales y europeos. En este ambiente, Haftar esperaba poder intensificar la violencia sin el riesgo de condena por parte del Consejo de Seguridad de la ONU o de la UE, dado que los países clave de ambas entidades evitarían esa condena debido a su oposición y enojo hacia el Memorándum de Guerra firmado por Turquía y el GNA.
Tanto Rusia como Turquía tratan de explotar el vacío dejado por la retirada de Estados Unidos de la región MENA para activar esferas de influencia. Tras negociar una tregua intentaron, el 13 de enero, sin éxito sellar un acuerdo de paz en Moscú. Sarraj firmó, pero Haftar no lo hizo. La enérgica entrada de Erdoğan en la refriega empujó a Libia a lo más alto de la agenda diplomática.
La Conferencia de Berlín, convocada por Alemania y patrocinada por la ONU, congregó representantes de Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia, Italia, Emiratos Árabes Unidos, Turquía, la República del Congo, Egipto, Argelia, ONU, UE, Liga Árabe, GNA (Serraj) y LNA (Haftar).
Las Conclusiones de la Conferencia, que acaban de publicarse, proporcionan un amplio mandato para complacer a todas las partes participantes, lo que permite interpretaciones amplias y diferentes, pero no proporcionan soluciones originales o mecanismos reales para romper el estancamiento de la crisis libia desde el Acuerdo Político de Skhirat de 2015. Se establece que los resultados se remitirán al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que las adopte y apoye ya que Berlín tenía por objeto unificar el apoyo internacional para una solución política para Libia. Se crea un nuevo Comité 5+5 compartido a partes iguales por el gobierno internacionalmente reconocido de Trípoli y el del General Khalifa Hafter.
Las Conclusiones establecen que Berlín es un ‘proceso’ y que la UNSMIL debe hacer un seguimiento y aplicar sus conclusiones a través de un Comité Internacional de Seguimiento (CFI) compuesto por representantes de los participantes en la conferencia.
El documento aboga por la lucha contra el terrorismo, la migración ilegal y la aplicación del embargo de armas, así como sanciones contra quienes lo rompiesen. Establece un alto el fuego permanente con su correspondiente mecanismo supervisor. También se alude a la distribución equitativa de la riqueza para eliminar los agravios, el monopolio del Estado sobre el uso legítimo de la fuerza y el desarme, la desmovilización y la reintegración de las milicias. Un Comité con militares designados por ambos bandos y auspiciado por la ONU se encargará de vigilar el cumplimiento de alto el fuego.
Se insta a respetar las instituciones soberanas de Libia, como el Banco Central de Libia, la Autoridad Libia de Inversiones y la Corporación Nacional del Petróleo, y que se responda a los infractores de las leyes internacionales de derechos humanos.
El ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, fue clarificador en su opinión sobre los resultados al declarar: “La conferencia ha sido muy útil […] pero está claro que no hemos conseguido, de momento, lanzar un diálogo serio y estable”, entre Hafter y El Serraj, “las diferencias entre ellos son muy grandes”.
El Mediterráneo tiene una nueva dinámica geopolítica. Esa dinámica afecta directamente a los intereses nacionales de España, que sin embargo no ha sido convocada a Berlín. ¿Se la considera actor estratégico? Parece que no. La apariencia es que, para Madrid, Libia es un eco lejano de un conflicto próximo.