Luchar contra el dolor por la pérdida de vidas de compatriotas y personas en todo el mundo y enfrentar la preocupación con esperanza pasa ahora por mantener la fortaleza en el respeto de las normas y por pensar en el futuro con racionalidad y decisión. El coronavirus está poniendo a prueba todo el orden internacional, y naturalmente a la Unión Europea. Ahora, y también en los próximos meses de recuperación moral y social y del dinamismo económico y empresarial. Las primeras fases están tensionando a los sistemas sanitarios y a los de seguridad, pero las siguientes van a poner sobre la mesa retos en donde estará muy presente el debate sobre la necesidad de más o de menos Europa, y sobre la exigencia de adoptar medidas efectivas e innovadoras dentro de la Unión y a nivel internacional. La fuerza estará entonces en la capacidad de adaptación a un marco cambiante donde habrá tendencias unilateralistas y propuestas de refuerzo de soberanías. Pero en ese nuevo marco, las mejores ideas para la cooperación y el esfuerzo multilateral serán las que se impongan, porque la crisis ha puesto de manifiesto que el mundo está definitivamente globalizado y que globalización necesita más regulación y mejores políticas comunes.
Algunas conversaciones bilaterales entre los líderes de las grandes potencias han iniciado un cambio de tendencia hacia el inicio de esa cooperación. La última que mantuvieron Donald Trump y Xi Jinping abre la puerta a la esperanza de una reacción encauzada hacia la recuperación global como prioridad, aparcando el tono crítico de las primeras semanas y moderando, al menos aparentemente, los mensajes insolentes de la propaganda cruzada. A su vez, el compromiso del G20 de hacer “lo que sea necesario para superar la pandemia” es un exponente del previsible refuerzo del papel de la acción multilateral en el futuro inminente de la reactivación económica. Y finalmente, las primeras reuniones de la Unión Europea, aunque hayan podido trasladar la imagen de enfrentamiento en torno a la primera gran propuesta de los ‘coronabonos’, confirman la certeza de que, tras la frenética expansión de la crisis, las instituciones europeas actuarán con criterios comunes. El tiempo de las soluciones a medio y largo plazo no ha llegado aún. Pero sí lo ha hecho el tiempo del cambio de tendencia. La presencia del liderazgo multilateral en las pantallas y en las mesas de trabajo, tanto institucionales, Ursula von der Leyen, como empresariales y de la sociedad civil, despeja el camino de la esperanza en la recuperación humanitaria y económica global.
En días pasados y en foros bien distintos, algunos parlamentarios, algunas interpretaciones sobre la dimensión de la crisis, tanto en su origen y fundamento, como en cuanto a sus consecuencias, han sido precipitadas y equivocadas. En muchos casos, han venido motivadas por el deseo de sacar rentabilidad ideológica a una situación donde la única ideología posible es el compromiso con la salud y la protección de los ciudadanos, sus pequeños negocios y empresas, su trabajo y su futuro. Esta crisis no ha venido provocada por el liberalismo. Ni por el neo, ni por el auténtico. Esta crisis pone a la vez de manifiesto que los sistemas e instituciones públicas tienen que ser fuertes y estar bien gestionados, y que la participación de la sociedad civil con líderes empresariales a la cabeza es imprescindible en el mundo de hoy y en el del mañana. Algunos se han equivocado de cabo a rabo en un momento en el que equivocarse está costando sufrimiento y padecimientos. Esta crisis tampoco es comparable en modo alguno a la Segunda Guerra Mundial en la que murieron, víctimas de la violencia y de los totalitarismos, millones de personas. Frente a demasiados mensajes generadores de incertidumbre, el tiempo de las interpretaciones solventes y equilibradas, de los referentes en materia de salud, seguridad y economía, hombres y mujeres, ha llegado.
La Unión Europea se enfrenta en estos días y en los próximos meses a problemas con los que ya se enfrentaba: mayor cohesión y más liderazgo, recuperación de principios como el de solidaridad o el refuerzo de la ciudadanía. Además, se enfrentará a la reactivación social y económica. Sin embargo, esta crisis excepcional provocada por el coronavirus y el futuro de la recuperación multilateral será también el momento para hacer valer distintos logros europeos en materias como el ordenamiento de mercados y flujos comerciales, normativas de calidad y seguridad jurídica en los intercambios y otras políticas comunitarias. Estos logros tienen ahora que servir para dar pasos hacia adelante en el papel de Europa en el mundo. Mayor liderazgo, posiciones comunes más firmes. Si no se produce esta situación y una clara unidad política centrada en un proyecto sin fisuras ideológicas, nacionalistas y localistas, otras influencias y tendencias disgregadoras volverán a aparecer. Esto exige a la Unión Europea el refuerzo de sus potencialidades: fortaleza económica y regulación de mercados, democracia y libre expresión; alianza con los valores liberales y atlantistas; empresas fuertes y sistema social; calidad sanitaria y ambiental. Pero, además, debe de multiplicar su esfuerzo en materia de seguridad y visión exterior común. Sin esos elementos, no hay potencia. Y, sin potencia, no hay recuperación ni futuro.
José Mª Peredo es Catedrático de Comunicación y Política Internacional