El nuevo jefe del Partido Laborista mantendrá esta semana su primera conversación con el primer ministro Boris Johnson, que está teletrabajando desde que ha recibido el alta médica por su infección por coronavirus. Keir Starmer concita estos días todas las miradas en el Reino Unido, todos quieren saber cuáles son sus primeros pasos como sucesor del controvertido Jeremy Corbyn, que ha llevado al laborismo a su peor situación en casi un siglo con su radicalismo progresista. Es la nueva esperanza de un partido centenario, de los más antiguos de Europa, que salvo el oasis de las tres legislaturas de Tony Blair ha mordido el polvo frente a sus rivales conservadores en las últimas cuatro décadas.
El batacazo del laborismo en las elecciones de diciembre ya anticipó el relevo en su cúpula dirigente. Corbyn solo logró 203 escaños, se dejó uno de cada cinco apoyos en las urnas, y tuvo que conformarse con sesenta escaños menos que en el proceso electoral anterior. Habría que remontarse a 1935 para encontrar un resultado peor del Partido Laborista, cuando Clement Atlee sucumbió con solo 157 escaños en Los Comunes ante el PM Stanley Baldwin. Solo ha estado cerca, en el alcance de su fracaso, de Michael Foot en 1983, cuando cosechó 209 parlamentarios frente a la Dama de Hierro. Hasta el electorado tradicional del laborismo abandonó a su partido en las elecciones que han encumbrado a Boris, el irreverente.
Starmer se medía con promesas de la izquierda británica como Rebeca Long-Bailey o Lisa Nandy en las elecciones primarias del Partido Laborista, en las que han votado casi 800.000 afiliados. Pero el 56% de los votos a su favor dejan muy clara su victoria, que le otorga manos libres para guiar la oposición en Westmister.
Víctor Arribas