Aunque la necesidad de un pacto por la educación es un clamor en la sociedad, parece que aún tardará en llegar. Impaciente y preocupado, me atrevo, desde mi experiencia, a recomendar un esquema simple de trabajo (y desde esa experiencia, lo bueno siempre empieza por conceptos sencillos).
En primer lugar, tenemos que preguntarnos qué queremos enseñar. La respuesta es conocimientos, competencias y valores. Para los conocimientos necesitamos a los expertos en educación con mayor experiencia y visión más larga. No es sencillo, pero sí posible acordar el flujo de conocimientos a impartir a lo largo de las diferentes etapas y lograr el equilibrio entre materias sociales, técnicas y científicas; y hay que hacerlo con la mirada en el futuro –el lugar donde los estudiantes van a vivir– y dejándose el espejo retrovisor y la nostalgia en casa. Para las competencias vamos a necesitar a los líderes sociales, capaces de visualizar las profesiones del futuro y la forma de ejercerlas. Y para los valores necesitamos a todos (a toda la tribu, como reza un proverbio africano) para explicar a nuestros niños y jóvenes que ser una buena persona y un buen ciudadano también renta beneficios, individuales y para toda la sociedad.
Después tenemos que abordar el cómo, que tiene que ver con las nuevas tecnologías. La educación debe siempre tener la puerta abierta a la innovación en las metodologías de aprendizaje que vendrán de la mano de la revolución digital que ya estamos comenzando a experimentar.
Más tarde, surge la pregunta acerca del quién, que, por supuesto, son los profesores. Maestros poco reconocidos y motivados y, sobre todo, mal formados, no pueden ser el sostén de nuestro sistema educativo. Por ello, invertir en formación continua del profesorado es la mejor inversión para asegurar que el qué y el cómo se consiguen.
Y, finalmente, ya podremos hablar de cuánto estamos dispuestos a invertir en nuestro sistema educativo. Las cifras no solo van a pagar la factura, sino que también van a dar una idea de la importancia real que le damos a la educación. A mí, personalmente, no se me ocurre ninguna otra inversión con tantos beneficios, para tantas personas y tan a largo plazo.
Miguel Carmelo