En el periodo conocido como el de la Ilustración, la naciente sociedad burguesa construyó unespacio público de reflexión y debate situado en los cafés, las ciudades y la prensa. Aristócratas innovadores, clases medias y profesionales liberales escribían y discutían sobre asuntos culturales, científicos y políticos con la intención de crear opinión y mejorar las condiciones sociales mediante el razonamiento. Benjamín Franklin constituye el ejemplo del ilustrado norteamericano. Inventor, terrateniente, periodista, líder de la independencia, padre y corrector de la Constitución. Nunca llegó a Presidente, sin embargo.
Franklin se manifestó con claridad sobre asuntos económicos y políticos. De hecho, fue un pionero defensor del libre comercio y un firme liberal partidario de la reducción de impuestos. En nuestros días habría participado con vehemencia en los debates sobre el cambio climático. No se puede saber si hubiera estado dentro del grupo de los 2.300 científicos y 30 Premios Nobel que le han escrito a Donald Trump para pedirle que cumpla “con altos estándares de integridad científica e independencia para dar respuesta a las exigencias de la salud pública y ambiental”. O si por el contrario se hubiera abierto camino entre los negacionistas. En este segundo caso habría entablado amistad con el nuevo responsable nombrado por Trump para la Agencia de Protección del Medio Ambiente, Scott Pruitt, fiscal del petrolero estado de Oklahoma, que ha liderado la coalición de juristas en contra del Plan de Energía Limpia del Presidente Obama.
Así las cosas, el acuerdo del Clima de París puede tener los días contados. Tal y como parece ocurrirle a los Tratados de Libre Comercio con países asiáticos y europeos. Con lo cual el proceso de ruptura de los acuerdos iniciados o asumidos por Estados Unidos en materia comercial y medioambiental sería un hecho, y la preocupación de que el cambio de rumbo americano se extendiera a otras áreas políticas aumentaría. Donald Trump parece optar por la “América para los (algunos) americanos” del Presidente Monroe y por aquel Senado que nunca aprobó el ingreso de Estados Unidos en la Sociedad de las Naciones, antes que por el internacionalismo del Presidente Wilson o el liberalismo humanista e ilustrado de Benjamín Franklin.
José Mª Peredo. Blog publicado en el diario La Razón