“Tesoro Nacional es un título de enorme prestigio en Japón, no solo reservado a lugares y monumentos. Pueden concedérselo a figuras vivas, actores de Nô o kabuki, maestros de la ceremonia del té, artesanos u obreros dotados de una memoria privilegiada o de un particular talento en las manos o en la vista”.
Oficialmente, son menos de cien en todo el archipiélago. Según la clasificación en vigor son “poseedores de bienes culturales intangibles importantes”. Forjador de sables, dibujante, fundidor de campanas, pescador de cormorán o incluso fabricante de cometas, en estos casos se habla de “Tesoro Nacional vivo”, una denominación que dice mucho sobre el respeto que en este país se tiene a la gente y sus gestas, tanto a la transmisión inmaterial del espíritu como a la sabiduría del cuerpo”. Estaba leyendo este verano ‘Tokio, las pinceladas del alba’ de Michaël Ferrier cuando Shinzo Abe renunciaba a su cargo por motivos de salud.
Perteneciente a una familia de políticos y diplomáticos y cabeza del Partido Demócrata Liberal, asumió por primera vez la responsabilidad de ser primer ministro de Japón en 2006, un año después de que el profesor Ferrier obtuviera el Premio Literario de Asia. Abe había sido tan solo uno más de los 16 primeros ministros que tuvo aquel país, con prestigio y sin potencia, durante la indigesta recesión política y económica que tuvo lugar entre 1989 y 2012. Fue entonces cuando recuperó el poder por un periodo de ocho años ininterrumpidos, desvelando su intención a la sociedad internacional de que se iba a encontrar con un Japón capaz de asumir un papel mucho más relevante en las relaciones internacionales, y a los japoneses su deseo de que “tuvieran la capacidad de mirar hacia el sol tal y como las flores lo hacen durante el verano”. La compleja política asiática, la oposición y la salud dificultarán que Abe sea valorado como un tesoro.
Las críticas internas a su gestión de la crisis del coronavirus, la deuda, algunas persistentes anacronías sociales y las ataduras de la historia que impiden constitucionalmente a Japón desarrollar una doctrina estratégica propia y fiable entre sus vecinos, sitúan su legado al inicio de un camino que su probable sucesor, el secretario general del Gabinete, Yoshihide Suga, deberá completar.
Pero Shinzo Abe deja el poder en Tokio, habiendo fortalecido la democracia japonesa en Asia y en el entorno internacional. Habiendo reconvertido a Japón en una de las piezas fundamentales para que los valores del comercio abierto y seguro, las libertades políticas y la cultura del entendimiento diplomático se adapten a la comprensión de los desafíos en la región y avancen en la consolidación de un orden internacional.
Abe diseñó y construyó junto a la Administración Obama el Acuerdo Trans Pacífico (TPP) que luego ha adaptado a la visión de la nueva Administración republicana con un acuerdo bilateral con Estados Unidos. Ha firmado otro Acuerdo de Asociación Económica con la Unión Europea, donde también ha presentado con equilibrio político su proyecto de Infraestructuras Estratégicas de Calidad como alternativa, nunca hostil, a la Nueva Ruta de la Seda china. Mantuvo una relación cordial con Xi Jinping y amistosa con Donald Trump. Y ha defendido con energía la estrategia Free and Open Indo – Pacific promoviendo la actualización de los principios de libertad de navegación y de mercados abiertos en Asia, junto a potencias como India o Australia.
El primer ministro japonés traslada ahora el poder de Tokio, más multilateral y menos burocratizado, a sus sucesores. Se retira habiendo orientado la mirada de los demócratas asiáticos hacia un sol que el futuro no alcanza a reflejar. Y dejando a Japón como ejemplo de una potencia democrática dispuesta a encarar los cambios en el orden mundial, sin que las fanfarrias populistas y los autoritarismos hayan debilitado la gesta que los japoneses iniciaron tras la Segunda Guerra Mundial: convertirse en un modelo de sociedad libre con una imbatible capacidad para generar atracción entre sus vecinos y aliados. Se va sin haber podido celebrar con fuegos artificiales los Juegos Olímpicos como colofón de su mandato liberal y sin artificio. Como un primer kanji de “encuentro, intercambio, intersección, bastante simple en apariencia, frágil, bien ejecutado”.
José Mª Peredo, Catedrático de Comunicación y Política Internacional