De la península arábiga a Europa: las migraciones en el ADN del Homo sapiens

La transmisibilidad de la COVID-19 evidencia la gran capacidad de desplazamiento que tiene el ser humano.

A lo largo de la historia, el ser humano se ha enfrentado a un gran número de pandemias, algunas muy recordadas como es el caso de la peste negra, la mal llamada gripe española o la viruela, pero también se han dado casos más recientes como la gripe A en 2009 o el Ébola en 2014. Pese a que la Organización Mundial de la Salud (OMS) redactó un informe en septiembre de 2019 en el que avisaba del creciente peligro de una probable pandemia inminente, la COVID-19 ha sorprendido a todas las naciones del mundo y ha conseguido sumergir a un consolidado sistema globalizado en una profunda crisis sanitaria y económica.

¿Cuál ha sido la principal fortaleza del coronavirus? Aunque a lo largo de los siglos se han recogido pandemias tremendamente mortíferas en los libros de historia, la COVID-19 será recordado posiblemente por su gran facilidad de contagio. Dejando a un lado la naturaleza del virus que debido a su genética ya es por sí mismo muy virulento, lo cierto es que la sociedad moderna con sus transportes eficientes y su gran desarrollo en las tecnologías de la comunicación, también han influido en la rápida expansión del virus. Sin embargo, que el ser humano se encuentre en constante movimiento quizá no es algo tan contemporáneo.

Los seres humanos nos movemos. Nos mantenemos ocupados constantemente trabajando, pensando, aprendiendo o socializando. Gastamos nuestro tiempo en realizar muchas actividades al día que completen nuestras ganas de descubrir e innovar. En la gran mayoría de las ocasiones han sido esas cualidades aventureras que sumadas a las necesidades de supervivencia por causas culturales, socioeconómicas, familiares o bélicas que nos adaptamos y emigramos desde nuestro lugar de procedencia a otro que desconocemos.

Con el surgimiento del bipedalismo, condición por la que el ser humano comenzó a caminar sobre sus dos piernas, se inició también un inevitable viaje migratorio desde África a todos los rincones del planeta. En este proceso migratorio, para cualquier Homo sapiens con un buen criterio, la península arábiga siempre ha sido una parada obligatoria. La estación situada en la confluencia de África y Asia ha sido durante milenios una localización muy transcurrida. Tal y como recoge Yuval Noah Harari en su libro Sapiens: De animales a dioses, “hace 70.000 años sapiens procedentes de África oriental se asentaban en la península, y más tarde, invadieron rápidamente todo el continente eurasiático”.

Fuente: EFE

De hecho, una de las tesis predominantes sobre el origen de las lenguas indoeuropeas, la forma de comunicación básica en el viejo continente, es la que considera que nacieron en Anatolia (la actual Turquía) y que se extendieron con sus similitudes y diferencias por toda Europa gracias a la migración durante la denominada Revolución Neolítica hace unos 8.000 años atravesando el puente continental de Anatolia. Entre el mar Negro y el mar Mediterráneo, la geografía diseñó la principal puerta de acceso terrestre al continente europeo.

Estambul ha sido la capital del Imperio Romano de Oriente por muchos siglos y más tarde también lo fue del Imperio Otomano. La selección de esta ciudad como capital de ambos imperios no fue casualidad, fue elegida porque está considerada como un gran punto estratégico debido a la gran ventaja geográfica en la que se encuentra. Un puente entre oriente y occidente. Turquía es un país que históricamente ha sido constante en los flujos migratorios y eso se ha visto reflejado en la gran mezcla cultural que todavía mantiene por ejemplo en la literatura, con mucha influencia de la cultura árabe y persa. Pero en la actualidad, aun mantiene esa gran puente conectado debido a la gran cantidad de emigración de refugiados desde finales de la década de los setenta del siglo XX, que continuó durante los ochenta y que ha trascendido hasta hoy.

La relación que los seres humanos tenemos entre la necesidad de movernos y el instinto de supervivencia en muy fuerte. En la actualidad, los refugiados tratan de desplazarse a un lugar seguro y próspero, alejándose de aquellas condiciones de origen que no son tan favorables. Esa es la esencia de las migraciones. Por tanto, es necesario recordar por qué el Homo sapiens tuvo que emigrar por primera vez. Y lo hizo debido a un cambio en las condiciones climáticas. El reciente estudio titulado: A climatic context for the out-of-Africa migration, ha revelado que el clima del cuerno de África cambió de una fase húmeda denominada “Sáhara Verde” hacia unas condiciones de sequía y frío mucho más extremas. Si bien es cierto que con el tiempo los seres humanos hemos sabido, en la mayoría de los casos, contrarrestar la influencia de los cambios climáticos en nuestra vida cotidiana, también es una realidad que en los países de oriente medio siguen existiendo condiciones extremas que fomentan la migración.

La cuestión migratoria en el Mediterráneo ha estado presente en la agenda europea durante muchos años. Desde Bruselas saben de la importancia geoestratégico de Turquía y por eso se negoció con el país en 2016 una generosa ayuda económica a cambio de acoger refugiados e impedir que estos alcanzaran tierra europea. Las soluciones propuestas hasta el momento han sido mayoritariamente restrictivas, es decir, en una línea contraria a la naturaleza del sapiens.

Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en Turquía viven casi 6 millones de inmigrantes, lo que supone un 7,17% de la población del país. La mayoría de estas personas, 4 millones aproximadamente, provienen de Siria. Pero la causa migratoria continua. Recientemente, el Gobierno turco ha rechazado mantener a los refugiados en su territorio debido a los graves problemas de colapso que la COVID-19 ha ocasionado en el país. A consecuencia de esto, se ha decidido abrir la frontera a Grecia por lo que podríamos encontrarnos ante un nuevo capítulo de oleadas de refugiados que como ya hizo el Homo sapiens en sus orígenes, se ha recorrido de forma natural la península arábiga para finalmente alcanzar Europa.

Refugiados sirios acampando en la frontera entre Turquía y Grecia. BULENT KILIC / AFP

Alexis Peños Ramos.

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