Tras la muerte del político opositor Boris Nemtsov por varios disparos en un puente de Moscú, han comenzado a circular teorías de la conspiración más o menos rocambolescas, promovidas tanto desde fuera de Rusia como desde el propio gobierno. Así, dependiendo de quién emita la opinión, se ha atribuido la autoría a diversos servicios de inteligencia (rusos, ucranianos o estadounidenses), terroristas yihadistas, ultranacionalistas rusos, delincuentes comunes o incluso un particular celoso de la relación de Nemtsov con su pareja, que le acompañaba en el momento del asesinato.
Aunque la policía rusa ha detenido a varios presuntos culpables, uno de los cuales ha confesado ya el crimen, es seguro que la versión oficial continuará siendo cuestionada; entre otras razones, por la posibilidad de que ese testimonio se haya obtenido bajo coacción o tortura, y por tratarse de un excombatiente de las fuerzas progubernamentales chechenas. Zaur Dadayev sirvió como teniente en las tropas del Ministerio del Interior de la República de Chechenia, controladas directamente por el presidente checheno Ramzan Kadirov, y conocidas por su brutalidad en la lucha contra los separatistas. El propio Kadirov ha confirmado este dato, defendiendo que Dadayev era “uno de los más valientes del regimiento”, condecorado en repetidas ocasiones.
Según el líder checheno, Dadayev habría cometido el asesinato por motivos religiosos, como venganza por las viñetas de Mahoma en la revista francesa Charlie Hebdo. Este es el principal interrogante, ya que cuesta entender por qué elegiría a Nemtsov como objetivo: el político liberal, que había centrado sus críticas en la corrupción y la restricción de las libertades bajo el mandato de Putin, no podía considerarse representante de posiciones islamófobas. Por ejemplo, el conocido activista opositor Alexei Navalni, que ha participado en manifestaciones nacionalistas y considera que la inmigración ilegal (de países musulmanes como los de Asia Central) es uno de los principales problemas del país, habría podido despertar recelos mayores en un yihadista. En cualquier caso, el discurso más agresivo contra la religión musulmana en Rusia es el de los grupos ultranacionalistas de extrema derecha, cuyas ideas xenófobas están mucho más extendidas entre la población que las de la oposición democrática.
Pese a que la versión oficial no explique aún los hechos de forma convincente, tampoco parece lógica la tesis que apunta a una orden directa de Putin para ejecutar a Nemtsov; no porque el presidente ruso pudiera tener escrúpulos morales a la hora de eliminar a un disidente, sino porque esta decisión sería contradictoria con sus intereses y su actuación en otros casos. En cuanto al asesinato de Alexander Litvinenko en Londres, se trataba de un exagente del Servicio Federal de Seguridad (FSB) (del cual Putin fue director) que había desertado al Reino Unido y colaboraba con los servicios de inteligencia occidentales; una traición que sin duda Moscú pretendía castigar. Con respecto a la muerte de Anna Politkovskaya, la periodista era una valiente defensora de los derechos humanos en Chechenia, denunciando ante la opinión pública mundial los abusos de las tropas gubernamentales y dificultando por tanto (a los ojos de Putin) la campaña antiterrorista en esa república. En ambos casos, el Kremlin los consideraba amenazas para la seguridad nacional de una entidad suficiente para desear su asesinato.
Sin embargo, Nemtsov era un político que pese a su carisma entre los círculos más liberales (y su valoración en Occidente) no conservaba dentro de Rusia la popularidad de la que había disfrutado en los años noventa, en su etapa como miembro del gobierno de Yeltsin. Al igual que otros líderes de la oposición extraparlamentaria, el control de Putin sobre los medios de comunicación le impedía dar a conocer sus propuestas entre los electores: así, sólo un 12-15% de los rusos afirmaba recientemente simpatizar con las ideas de Nemtsov, Navalni, Kasianov o Rizhkov. El impacto de estos grupos a través de movilizaciones en grandes ciudades como Moscú o San Petersburgo, aunque sean tan masivas como la producida tras este asesinato, no es suficiente para poner en riesgo la permanencia de Putin en el poder. En otros ejemplos como el de Navalni, el Kremlin ha preferido recurrir al acoso policial y judicial para impedir su concurrencia a las elecciones; sin llegar a crear un mártir que pudiera servir de símbolo unificador para la causa opositora (que ahora carece de un líder común o un programa homogéneo), ni proporcionar nuevos argumentos a Kiev en sus acusaciones contra Moscú.
Por otra parte, la teoría de que Nemtsov estaba a punto de presentar pruebas de la presencia de tropas rusas en el Donbass parece ciertamente endeble: no sólo esta intervención es ya de dominio público (aunque sea probablemente más limitada de lo que afirma la OTAN), sino que precisamente ha hecho crecer de forma notable la popularidad de Putin entre los rusos, llegando a cifras de apoyo superiores al 80%. Hasta que no se aclaren completamente estos puntos oscuros, lo cual es improbable que llegue a suceder, es seguro que este caso continuará siendo objeto de nuevas interpretaciones, dirigidas no tanto a descubrir la verdad como a emplearlas como arma arrojadiza hacia Occidente o hacia el Kremlin, dentro de la guerra informativa que se libra paralelamente al conflicto armado en Ucrania.
Javier Morales, profesor de la Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Madrid.
Artículo publicado en Euroasianet.es