Desde ese momento, comenzaron a ver la luz muchas teorías conspiranoicas que intentaban esclarecer, en la medida de lo posible, lo que habia ocurrido en Estados Unidos. Se barajó la posibilidad de que el Gobierno estadounidense hubiese participado en los atentados, que las torres hubieran sido derribadas de manera controlada o que Arabia Saudí hubiera financiado el atentado mediante donaciones.
Hoy, veinte años después de los atentados, lo que está claro es que dichas acciones supusieron un antes y un después para el terrorismo. Ya no nos enfrentábamos a un terrorismo doméstico, sino que, por primera vez, quedaba claro que el terrorismo debía tratarse como una amenaza globalizada.
Esta fue la primera consecuencia de los atentados, pero son muchas las que fueron aconteciendo en los días, meses y años siguientes, hasta la reciente salida de Estados Unidos de Afganistán, algo que ya Osama bin Laden había adelantado y que, desde que se perpetró el 11S, se había convertido en uno de los objetivos de Al Qaeda.
Desde el 11 de septiembre de 2001, hemos estado viviendo una guerra de desgaste en la que la radicalización ha ganado mucho peso. En estos años, las misiones de mantenimiento de paz, y los esfuerzos de los países por luchar y frenar el terrorismo, no solo no han resultado eficaces, sino que se han traducido en un empoderamiento
de las organizaciones terroristas, y en veinte años de frustraciones y esperanzas marchitas en el mundo musulmán.
Al Qaeda se convertía desde entonces en la primera organización terrorista global de la historia, lo que suponía que era necesaria una respuesta por parte de los Estados al mismo nivel. Por ello, se reestructuró el funcionamiento de las respuestas de seguridad, la vigilancia y la cooperación entre países.
Además, esta organización, veinte años después de los atentados, se ha convertido en una de las más longevas del mundo, pasando de ser una organización unitaria a una organización global descentralizada, con seis ramas territoriales y cuadruplicando el numero de militantes que tenia en 2001.
Actualmente están más extendidos que nunca, y tienen muchos más simpatizantes que hace veinte años, lo que es una clara evidencia de que la lucha global contra el terrorismo no solo ha sido un fracaso, sino que ha resultado contraproducente, provocando el crecimiento del fenómeno terrorista.
Por otra parte, el reciente éxito de los talibanes es otra facilidad para la radicalización de simpatizantes del yihadismo, algo que desde el 11S ya resultaba preocupante, puesto que cinco años después de los atentados, en Europa había un 16% de simpatizantes entre la sociedad musulmana residente en este territorio.
Hoy en día las consecuencias están mas latentes que nunca, porque no solo no ha habido un reflujo de la simpatía terrorista, sino que se ha producido una movilización de yihadistas sin precedentes.
Es urgente mejorar la lucha contra el terrorismo global, y, como señalaba Fernando Reinares, dejar de avanzar en este campo a golpe de atentado, puesto que “podemos no estar interesados en el terrorismo, pero el terrorismo siempre sigue interesado en nosotros”.
Isabela López De Castro