Tras el accidentado inicio del 2015, el año electoral que le espera a Argentina se presenta enmarañado, confuso y difícil de analizar de forma objetiva. Desde Europa, la incertidumbre nos sumerge en una fábula de corte nietzscheana, en la que el mundo creído verdadero acaba por convertirse en un desfile de simulacros, aspirantes al trono, mercaderes y vendedores de humo. Como en un relato de Nabokov, vemos dobles y hasta triples espías, cuyos rostros y procedencias se difuminan en infructíferos debates de la televisión basura. El clima de confusión ha sido potenciado, alimentado y mimado por los grandes grupos mediáticos, que han sabido sobar el lomo del monstruo de forma magistral. Muchos de los que en su momento defendieron políticas de expropiación y despojo, incluso los que coquetearon con los verdaderos totalitarismos, hoy enarbolan las pancartas contra la impunidad reclamando justicia. “¡Que se vaya la yegua asesina!”, vociferan sin pudor y sin molestarse en investigar lo que se esconde tras los acontecimientos acaecidos.
Pero hagamos un breve relato de los hechos, ya por todos conocidos, si es que esto es posible. El célebre filósofo alemán recordaba que no hay hechos como tales, sino interpretaciones de los mismos. Esto ratifica que lo vivido en las últimas y convulsas semanas en el país latinoamericano no es sino un desfile de metáforas y metonimias, cargadas de toda su intencionalidad política, según la fuente de la que procedan. Desde fuera, sólo hemos sido capaces de leer titulares acusatorios, regocijándonos en juicios mediáticos, infundados en la mayoría de los casos.
A mediados del mes de enero, el fiscal Alberto Nisman, encargado de la causa AMIA por designación del propio Néstor Kirchner, acusaba directamente a la Presidenta y a su ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Timerman, de encubrir a los responsables del mayor atentado terrorista cometido en la historia de Argentina. Supuestos contratos para la compra de petróleo iraní estarían detrás de estos encubrimientos. Cuatro días después del bombazo lanzado por Nisman, aparecía muerto en su apartamento. Se iniciaba así una verdadera carrera de fariseos portadores de la verdad, cada cual con su consabido segundo de fama en platós televisivos o manifestaciones contrarias al Gobierno. El plato estaba servido y los comensales no hicieron sino lanzarse a deglutir y desgarrar los restos del cadáver.
La Argentina post-Nisman es aún más compleja si añadimos a este escenario un clima pre-electoral. Los argentinos se debaten hoy entre el desgastado mandato de Cristina Fernández, en el que su presidenta se halla imputada y su vicepresidente, procesado, y una cohorte de aspirantes de lo más variopinta. Los dos principales rivales del oficialismo, Sergio Massa y Mauricio Macri, no son precisamente el mejor ejemplo de integridad y transparencia políticas. Del primero de ellos, formado en el seno del kirchnerismo, aún conservamos el pavor a sus terribles afirmaciones ante las políticas reparatorias del gobierno de Fernández: “Argentina tiene que cerrar la etapa de los derechos humanos”, declaró Massa en una entrevista al periódico La Nación, y se quedó tan ancho. Así se sumaba a aquellos para los que los 30.000 desaparecidos de la dictadura, los niños robados, los presos políticos y los centros de exterminio son cuestiones anacrónicas que deben permanecer en el pasado. Respecto al jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el empresario Mauricio Macri, los casos de corrupción, de negocios oscuros, incluso de escuchas ilegales a propias víctimas del atentado de la AMIA, se acumulan en su cuestionado mandato.
El año 2015 se presenta, pues, como un complejo sendero para millones de argentinos llamados a las urnas en el mes de octubre. El caso Nisman, cual caja de Pandora, ha abierto la puerta a todo tipo de siniestros demonios y oportunistas de turno. La profunda brecha existente entre el Poder Judicial y el Ejecutivo se hizo aún más manifiesta en la marcha por el silencio del 18F convocada por fiscales de dudosa procedencia (muchos de los cuales han sido señalados directamente por entorpecer las propias investigaciones de Nisman; otros, incluso, con claras relaciones con el narcotráfico o con la dictadura). Ante esto, como afirma Francisco J. Cantamutto, poco importa la verdad y el esclarecimiento tanto del caso AMIA como de lo que realmente sucedió con Nisman, utilizado como moneda de cambio en este circo político-mediático. El escenario político argentino, altamente polarizado, sitúa al adversario en la lógica schmittiana del amigo-enemigo. Las armas para descalificar, desmoralizar y desestabilizar al otro se han mostrado obscenamente implacables e inadmisibles desde toda perspectiva ético-política.
Por Carolina Meloni
Profesora Titular de Ética y Pensamiento Político (UEM)